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14-Mar-2018

Educación especial para la esperanza


Cerca de 100 mil estudiantes con alguna discapacidad iniciaron también sus clases.
En el país funcionan 372 centros de Educación Básica Especial a cargo del Ministerio de Educación.


Al igual que los 6 millones de escolares de colegios públicos que volvieron a las aulas el lunes 12 de marzo, cerca de 100 mil estudiantes con alguna discapacidad iniciaron también sus clases en las modalidades de Educación Básica Especial, Básica Regular, Básica Alternativa y Técnico Productiva.

De ellos, 16 mil niños y jóvenes entre 3 y 20 años de edad estudian en los 372 centros de Educación Básica Especial públicos, más conocidos como CEBE, que funcionan en el país junto a otros 58 de carácter privado que albergan a 2 mil alumnos.

Las clases comenzaron asimismo para 3371 niños con discapacidad de 0 a 3 años que participan en los 93 Programas de Intervención Temprana (PRITE) y para 15 mil estudiantes con discapacidad incluidos en colegios regulares y que son atendidos por los equipos del Servicio de Apoyo y Asesoramiento a las Necesidades Educativas Especiales (SAANEE).

En todas esas modalidades, profesores especializados y con años de experiencia en la docencia dedican muchas horas al día para que los niños y jóvenes a su cargo adquieran destrezas que desarrollen su autovalimiento, socialización y comunicación y les permitan una mejor relación con su entorno y la sociedad.

Un CEBE modelo
“¿Cómo hace el sapo cuando se despierta?”, pregunta la profesora Nancy Silvera a un grupo de niños con parálisis cerebral. “¡Salta, salta!, responden ellos en entusiasmado coro mientras dan pequeños saltos y agitan los brazos imitando a su maestra.

Así como ellos, un total de 360 niños y jóvenes de 3 meses hasta 21 años estudian en el CEBE Manuel Duato, ubicado en el distrito limeño de Los Olivos y que funciona desde hace 42 años gracias a un convenio entre el Ministerio de Educación (Minedu) y la Asociación Promotora Fe y Esperanza.

El CEBE, que lleva el nombre de un sacerdote español que en los años 60 y 70 trabajó en nuestra capital por las personas con discapacidad y que era conocido como “El padre Quitapenas”, tiene una infraestructura moderna con amplios patios, 32 aulas equipadas, rampas para desplazarse en sillas de ruedas y un área de juegos.

En uno de los salones, un grupo de niños con síndrome de Opitz, un conjunto de anomalías congénitas, aprenden a saludar como parte de su relacionamiento con otras personas antes de iniciar el trabajo físico con colchonetas.

“Muchos de ellos han aprendido a controlar los esfínteres y ya no usan pañales”, cuenta la profesora Emilva Quispe Bocanegra, con 5 años en esa especialidad y estudios en la Universidad Femenina y el Instituto María Madre y un diplomado de la Universidad de San Marcos.

En un aula multigrado, niños sordos de 10 a 14 años aprenden a leer y escribir números, a hacer las operaciones fundamentales y a resolver problemas matemáticos sencillos. Luego, parada al lado de un papelógrafo, la profesora Isabel Gómez les señala una frase y los alumnos repiten en voz alta: “Hoy es el primer día en el colegio”.

“Aquí hacemos alfabetización en dos niveles: en lenguaje de señas y en lectoescritura en español”, dice la profesora después de que la pequeña Yadira ha practicado, con lenguaje de señas, los términos “hoy” y “marzo”.

En el CEBE Manuel Duato trabajan 70 profesionales entre docentes, auxiliares y administrativos, de las cuales 31 son profesores y 3 son psicólogos. El Ministerio de Educación se encarga de las remuneraciones de todo el personal.

Carmen Escudero Cortez, subdirectora del CEBE, explica que los estudiantes están distribuidos en dos turnos y en 5 grupos de trabajo de acuerdo a su discapacidad: autismo, discapacidad intelectual (síndrome de Down y otros problemas), discapacidad motriz, sordera y talleres.

Ella refiere que los talleres están dirigidos a jóvenes de 16 a 19 años, que aprenden allí manualidades y son capacitados en cocina básica (como la preparación de sánguches y jugos) y servicios generales (limpieza de jardines y ventanas, entre otras tareas).

“Tenemos también un programa de inclusión familiar. Los chicos vienen 2 veces por semana y 5 de nuestros especialistas van a la casa de ellos, a veces sin previo aviso, para trabajar en el desarrollo de habilidades y evaluar el cumplimiento del compromiso de los padres”, dice.

Mientras el sol del verano va inundando de calidez los ambientes del colegio, en los patios algunos niños juegan guiados por profesores que nunca dejan de sonreír y observados con esperanza por los familiares que diariamente los acompañan hasta el CEBE.

“Los profesores a veces tenemos problemas en casa pero no los traemos acá. En el colegio nos entregamos plenamente a nuestra labor, pues trabajamos por vocación y para servir”, concluye la profesora Escudero mirando satisfecha el CEBE a donde llegó hace 22 años para dedicar todos sus esfuerzos a las personas con discapacidad.

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