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14-May-2017

Lecciones de Madre


Dos mujeres que, en su doble condición de madres y docentes, han superado los retos que la vida les ha planteado


Los latidos del corazón de la directora Sindulia Carlos Rojas (55) se detuvieron de pronto cuando vio la gran masa de agua oscura del río Piura que ingresaba sin permiso a todos los ambientes de su casa en Catacaos ese lunes 27 de marzo a las 11.30 de la mañana.

Ella había estado en la municipalidad haciendo gestiones para su colegio y corrió hasta su casa entre el griterío de la gente que anunciaba la llegada de las aguas. Allí estaban sus hijas Keiko (21) y Sheila Yco Carlos (19) aterradas, a la espera de esa terrible arremetida, que en un inicio no consideró tan devastadora. Pero se equivocaba.

Su miedo era por partida doble. En ese momento pensó que toda esa masa de agua que arrastraba piedras, vehículos, lodo, muebles y todo lo que embestía como un toro enfurecido, ya había ingresado al Centro de Educación Básica Especial (CEBE) Heroica Villa, en el que por fortuna ese día no había nadie, y que se encuentra a tres cuadras de su casa en el jirón Tumbes, donde es docente y directora hace treinta años.

Al día siguiente, luego de la terrible inundación, pudo llegar hasta su colegio, donde vio que el desastre era total: la puerta de fierro había cedido ante el empuje de las aguas y piedras, parte del cerco perimetral estaba caído, y todo el local de quince ambientes había sido arrasado. El agua había llegado hasta metro y medio de altura, mucho más que cualquiera de los treinta chicos con habilidades especiales que allí se educaban.

“Lo que vi me causó un terrible impacto y mucha tristeza, pero desde ese momento me propuse que tenía que hacer algo por mi colegio”, recuerda Sindulia.

Dos días más tarde, cuando el fango empezó a secarse, hizo una convocatoria a través de las redes sociales para reunir a los padres de familia y vecinos, quienes se comprometieron a ayudar a recuperar el colegio aunque para ello tuvieran que dejar por un momento las labores en sus hogares.

Además, logró que la municipalidad de Catacaos contratara a cinco personas para una jornada de trabajo de limpieza que liberó parte de la costra de tierra y piedras acumuladas. Poco a poco el colegio empezaba a retomar su antigua forma.

La profesora Sindulia no detuvo allí su ímpetu para superar la adversidad. En los siguientes días se acercó hasta un oficial del Ejército que estaba en plena labor de rehabilitación de las vías y le rogó que con su patrulla de 12 soldados ayudara a continuar la limpieza del colegio. Todo ese esfuerzo valió la pena.

Ese espíritu no solo la llevó a pedir ayuda a los hombres de armas, sino también a los de Dios, pues acudió a los voluntarios mormones que estaba en Catacaos para que sumaran esfuerzos en su objetivo. De esta forma, el CEBE fue resurgiendo entre el polvo y el lodo. En cuatro semanas, Sindulia y los padres de familia, apoyados por el Ministerio de Educación, repararon las instalaciones y el precario mobiliario escolar y echaron a andar otra vez su colegio para recibir a los alumnos.

“Como madres y docentes estamos aquí en la tierra para cumplir una misión, que es sacar adelante a los niños y adolescentes y, con la solidaridad de las personas, superar las adversidades que se presentan, porque Dios no nos abandona”, señala.

Gracias al esfuerzo y el trabajo de Sindulia y la comunidad educativa, y al respaldo del Ministerio de Educación, el 1 de Mayo se iniciaron las clases en el CEBE Heroica Villa.

Madre especial

Cuando la profesora Flor de María González Sevilla (46) recibió en brazos a Alejandro, la vida le mostró, envuelto en pañales, un nuevo mundo que contenía alegrías, temores y también grandes retos. Alejandro, quien ahora tiene 4 años, nació con el Síndrome de Down.

“Fue una sorpresa pues no esperaba un niño con habilidades especiales, recién me enteré al momento del parto. Mi vida cambió drásticamente”, nos dice Flor de María.

Desde ese momento, Alejandro ha sido una constante y colorida caja de sorpresas para Marco Antonio Hinojosa (13), su hermano mayor, y para su madre, quien tiene veinte años de docente y es directora de la Institución Educativa Madre Loreto Gavarre, en Pueblo Libre, que imparte educación a 350 alumnos.

“A partir de ese momento tuve que informarme más, convertirme en una gran lectora de estos temas, para conocer qué aspectos tenía que potenciar en Alejandro, cómo iba a ser su crianza”, recuerda.

Ahora, cuatro años más tarde, el pequeño Alejandro le está dando grandes alegrías y satisfacciones, pues ha hecho notorios avances gracias al trabajo de la familia y recomendaciones de los especialistas.

La sonrisa y los gestos, abrazos y besos de Alejandro se han convertido en un abecedario del cual aprende diariamente toda su familia. Y con fortuna, en el tema de la escolaridad tiene una gran ventaja, pues su madre ha promovido la política del Ministerio de Educación sobre la inclusión de los niños con habilidades especiales en los colegios regulares.

“Actualmente, Alejandro está el CEBE Corazón de María en Magdalena del Mar, donde existe una gran lazo de confraternidad con los padres de sus amiguitos, que en su mayoría tienen el Síndrome de Down. Pero en un futuro quiero traerlo a mi escuela, donde soy directora”, señala.

El hecho de ser madre también le permite entender a los demás; y el ser madre de un niño especial la vuelve más sensible frente a otras situaciones.

“Muchas veces vienen los padres con esas preocupaciones, temerosos, para solicitar una vacante. Ello me ha permitido ser más sensible, empática y más flexible ante la situación de estos niños”, nos dice.

También ha entendido que la posibilidad de inclusión no solo les abre otros mundos a los niños especiales, sino a sus compañeros y docentes para aceptar las diferencias entre las personas y cómo es la vida en realidad. Así, gana el grupo, gana el niño.

“Creo que al convertirnos en docentes hemos escogido una vocación de servicio, y por ello para nosotras es mucho más fácil aceptar la maternidad de un niño con habilidades especiales, además, nos lleva a esforzarnos para ser más creativas y buscar más alternativas para que el niño avance”, afirma.

A Flor de María se le ilumina el rostro cuando dice que la hace muy feliz ser la madre de Alejandro. “Es muy hermoso, pues está esperando de ti todo el amor, y a la vez recibes un cariño sumamente especial”.

Ella es madre, ella es maestra.

Recuadro

En el sector público existen 227,525 docentes mujeres, de las cuales un gran porcentaje son madres.

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